Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

martes, 9 de octubre de 2012


El misterio de la vida es real

La vida que conoces es una delgada capa de acontecimientos que cubre una realidad más profunda. En ésta, eres parte de cada experiencia que ocurre, ocurrió y ocurrirá. En la realidad profunda sabes exactamente quién eres y cuál es tu propósito. No hay confusión ni conflictos con ninguna persona.
Tu propósito en la vida es fomentar la expansión y crecimiento de la creación. Cuando te miras, sólo ves amor.
Sin embargo, el misterio de la vida no reside en estas cuestiones sino en cómo sacarlas a la superficie. Si alguien me pidiera una prueba del misterio de la vida, la más clara sería la enorme distancia entre la realidad profunda y la vida cotidiana. Desde que nacemos recibimos constantes señales que sugieren la existencia de un mundo distinto en nuestro interior. ¿Has experimentado estos momentos de asombro? Ocurren al escuchar música hermosa o cuando el esplendor de la naturaleza nos provoca un estremecimiento. También cuando vemos con el rabillo del ojo algo familiar (la luz del amanecer, un árbol meciéndose con el viento, el rostro de un ser querido mientras duerme) y sabemos que en ese instante la vida es más de lo que parece.
Hemos pasado por alto innumerables señales porque no forman un mensaje claro. He conocido a un número prodigioso de personas con experiencias espirituales asombrosas: de niños vieron el alma de su abuela elevarse al momento de su muerte o seres de luz durante una fiesta de cumpleaños, viajaron más allá de sus cuerpos físicos o fueron recibidos tras acudir a la escuela por un familiar que acababa de morir en un accidente automovilístico. (Un hombre me contó que había sido un “niño de la burbuja” durante los primeros diez años de su vida: viajaba en su burbuja sobre la ciudad y hacia tierras desconocidas.) Millones de personas -no exagero, es el testimonio de encuestas públicas- se han visto cubiertas por una luz blanca iridiscente; o han escuchado una voz que saben proviene de Dios; o tuvieron guardianes invisibles en su infancia, amigos secretos que los protegían durante el sueño.
Con el tiempo me di cuenta de que son más las personas que han tenido estas experiencias (viajes a una realidad separada de ésta por un tenue velo de incredulidad) que quienes no. Para correr el velo debes cambiar tus percepciones.
Se trata de un cambio personal, totalmente subjetivo, pero muy real.
¿Cómo empezarías a resolver un misterio que está en todas partes pero que, de alguna manera, no forma un mensaje articulado? Un gran detective como Sherlock Holmes partiría de una deducción elemental: algo desconocido quiere darse a conocer. Un misterio renuente a mostrarse se retiraría cada vez que nos acercáramos. El misterio de la vida no se comporta así: sus secretos se revelan inmediatamente si sabes en qué dirección mirar. Pero, ¿cuál es ésta?
La sabiduría del cuerpo es un buen punto de acceso a las dimensiones ocultas de la vida: es totalmente invisible, pero innegable. Los investigadores médicos empezaron a aceptar este hecho a mediados de los años ochenta. Anteriormente se consideraba que la capacidad de la inteligencia era exclusiva del cerebro, pero entonces se descubrieron indicios de inteligencia en el sistema inmune y luego en el digestivo.
Ambos se valen de moléculas mensajeras especiales que circulan por todos los órganos llevando información hacia y desde el cerebro, pero que también actúan de manera autónoma. El glóbulo blanco que distingue entre bacterias invasoras y partículas inofensivas de polen realiza una decisión inteligente pese a que viaja en el flujo sanguíneo lejos del cerebro.

Hace diez años parecía absurdo hablar de inteligencia en los intestinos. Se sabía que el revestimiento del tracto digestivo posee miles de terminaciones nerviosas, pero se les consideraba simples extensiones del sistema nervioso, un medio para mantener la insulsa tarea de extraer sustancias nutritivas del alimento. Hoy sabemos que, después de todo, los intestinos no son tan insulsos. Estas células nerviosas que se extienden por el tracto digestivo forman un fino sistema que reacciona a sucesos externos: un comentario perturbador en el trabajo, un peligro inminente, la muerte de un familiar. Las reacciones del estómago son tan confiables como los pensamientos del cerebro, e igualmente complicadas. Las células de colon, hígado y estómago también piensan, sólo que no con el lenguaje verbal del cerebro. Lo que llamamos “reacción visceral” es apenas un indicio de la compleja inteligencia de estos miles de millones de células.
En una revolución médica radical, los científicos han accedido a una dimensión oculta que nadie sospechaba: las células nos han superado en inteligencia durante millones de años. De hecho, su sabiduría, más antigua que la cortical, puede ser el mejor modelo de lo único anterior a ella: el cosmos. Quizá el universo también nos supera en inteligencia.
Adonde quiera que vea, puedo percibir lo que la sabiduría cósmica intenta. Es muy similar a lo que yo pretendo: crecer, expandir, crear; la diferencia es que mi cuerpo coopera con el universo mejor que yo.

Deepak Chopra

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