Convivir con la naturaleza (foto de Jaime Cristóbal López)

jueves, 25 de octubre de 2012

¿CÓMO CRÍA PERLAS UNA OSTRA?



 El aspecto de la ostra, con su blando y resbaladizo cuerpo, no es cosa muy agradable a la vista y, sin embargo, la ostra produce una de las cosas más hermosas de la Naturaleza. De ella sacamos las perlas.

¿De qué manera se crían las perlas en la ostra? De la manera más rara que podríamos imaginar.

Cuando la ostra es todavía muy pequeña flota en la superficie del agua sin concha de ninguna clase, cual si fuera un pedacito de gelatina. Pero en cuanto empieza a formársele la concha y comienza a ser demasiado pesada para flotar, se sumerge, y va a yacer en el fondo del mar. Allí se encuentra en su verdadero elemento; se pega a una roca o a otro cuerpo cualquiera, abre sus valvas y deja que penetre el agua del mar, con su arrastre de partículas pequeñísimas que sirven a la ostra para alimentarse, crecer y engordar.

En ocasiones, junto con esos objetos diminutos vienen cuerpos duros, tales como granos de arena, pedacitos de insectos marinos, etc., que se depositan entre la concha y el cuerpo de la ostra. A veces no puede el animal arrojar de sí esos cuerpecillos extraños, que le causan verdaderas molestias, y entonces empieza a trabajar para cubrir el molesto objeto con una materia fina y suave.

Y entonces sucede el fenómeno verdaderamente sorprendente: del cuerpo viviente de la ostra empieza a desprenderse un fluido que va recubriendo el referido objeto, y endureciéndose sobre él; ese fluido mana sin cesar; poco a poco forma capas superpuestas, y de ese modo el cuerpo extraño va gradualmente aumentando de tamaño, hasta convertirse en una hermosa perla. Así es como se forman esas preciosas esferitas que las señoras lucen en sus collares o engarzadas en delicadas sortijas y ricos brazaletes.

Los árabes tienen una tradición muy antigua que explica cómo las perlas son gotas de rocío, llenas de luz lunar, que caen en el mar y son atrapadas por las ostras, trocándose luego en esferitas sólidas. Los japoneses las llaman poéticamente “las lágrimas de la luna”.

Ciertamente, esas pequeñas esferas satinadas parecen tener el suave resplandor de la luz de nuestro satélite, pero su origen es enteramente terreno y mucho más maravilloso que lo que soñara cualquier leyenda.

También produce la ostra otra materia parecida a la perla, que se conoce con el nombre de madreperla o nácar, y que no es otra cosa que el forro interior de la concha, empleado para la fabricación de botones, mangos de cuchillos, etcétera.

La cara exterior de la concha es muy basta y rugosa; pero la interior, en la cual reposa el delicado organismo del animal, es necesariamente suave y lisa; ello lo consigue mediante el fluido de que hemos hablado en el párrafo anterior, que forma una superficie muy fina y de unos reflejos y dureza que rivalizan con los más preciosos esmaltes.

 



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